¿Por qué preocuparse por Vladimir Putin?
En marzo de este año, el Gobierno de Putin anexó el territorio de Crimea a Rusia. Apenas unas semanas después, apoyó directamente a un grupo de rebeldes en tres provincias del este de Ucrania, donde este país colinda con Rusia. Dio armas y apoyo logístico, e incluso, cuando la derrota de los rebeldes era inminente, envió tropas rusas. Es decir, Putin invadió Ucrania por segunda vez en menos de seis meses. La situación en el este de Ucrania alcanzó su punto más álgido cuando las fuerzas rebeldes derribaron un avión comercial de Malasia. Ante estas acciones que atentaron contra civiles no involucrados en el conflicto, el mundo reaccionó sorprendido y horrorizado.
En noviembre de este año, el Gobierno de Ucrania firmó un acuerdo con Rusia para el suministro y transporte de gas natural. Para entonces ya era evidente que, en el mundo, la anexión de Crimea, la invasión de las provincias del este de Ucrania y el ataque al avión comercial habían pasado rápidamente al olvido. Putin no solo invadió un país y fue cómplice indirecto en el derribo de un avión civil, sino que además resultó impune.
Putin ha intentado justificar sus acciones argumentando que apoya a connacionales en el este de Ucrania. Sin embargo, si lo que realmente preocupa a Putin es la opresión de los derechos humanos de las personas de origen ruso en Ucrania, podría haber utilizado otros medios antes de recurrir a la invasión. Por ejemplo, acudir a las Naciones Unidas o la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. O negociar con el Gobierno de Ucrania. En otras palabras, nunca intentó la vía diplomática. En cambio, Putin invadió Ucrania y, de acuerdo a sus conveniencias, usó el argumento de proteger la hermandad étnica. Este comportamiento es digno de una gran potencia europea del siglo XIX. Incluso se podría decir que empleó los mismos argumentos que Adolfo Hitler utilizó para invadir Austria y los Sudetes. Esto no quiere decir que Putin sea Hitler, pero sí es un hecho que la lógica detrás de sus acciones es la misma, por lo menos si comparamos las acciones de Hitler en los años treinta con las de Putin en 2014.
En segundo lugar, algunos analistas han argumentado que las acciones de Putin son una consecuencia de la provocación de Occidente al expandirse hacia el Este a través de la OTAN; ya que dicha movilización asustó a Putin. Sin embargo, este razonamiento no contempla que los países que buscan ser incluidos en la OTAN no solo lo hacen para garantizar su seguridad, sino también como vehículo de entrada al “Primer Mundo” al ser reconocidos —tal vez— como miembros de la Unión Europea. Esto refleja que la OTAN dejó de ser una alianza militar diseñada para enfrentar a la URSS, para ampliar sus horizontes. Ser miembro de la OTAN hoy, implica ser parte de un bloque democrático y liberal.
Asimismo, nadie puede negar el derecho de los países a autodeterminar su política exterior: pueden aliarse y comercializar con quién deseen. Estas son decisiones soberanas, y como mexicanos deberíamos ser particularmente sensibles al respecto. Por lo tanto, si Ucrania quiere tener una asociación comercial con la Unión Europea —lo que detonó la crisis— Putin no tiene derecho a intervenir, por lo menos militarmente.
Entonces, ¿por qué inquietarse? Deberíamos preocuparnos por el hecho de que existe un líder de una gran potencia —en posesión de armas nucleares— que cree que sigue en el siglo XIX, cuando el territorio era sinónimo de poder y el más poderoso era —precisamente— el que poseía la mayor extensión. No se había visto en el mundo este tipo de pensamiento desde hace casi cien años. Putin necesita reconocer que el mundo ha cambiado y que amenazar a sus vecinos militarmente es inaceptable. Sin embargo, tiene una visión precaria de oposición con Occidente, de balance de poder, de blanco y negro. Y si no es frenado, sus decisiones van a continuar con el mismo patrón imperialista.
Una segunda preocupación es que nadie realmente lo ha enfrentado. En pleno siglo XXI, en un mundo donde se supone que el derecho internacional rige las relaciones entre los Estados, Putin anexó de facto el territorio de Crimea. Y lo más inquietante fue que Occidente observó lo que sucedía como mero espectador. Los europeos están temerosos de tomar cartas en el asunto porque necesitan el gas ruso, y Obama está demasiado distraído con asuntos internos y con Medio Oriente. Como se mencionó, la última vez que esto sucedió fue en la década de los treinta, cuando Francia y Gran Bretaña observaron inmóviles mientras Alemania ganaba terreno en Europa. Desafortunadamente, la situación de los treinta no terminó muy bien: el resultado fue la Segunda Guerra Mundial. Retrospectivamente, hubiera sido mejor que Occidente confrontara a Hitler en 1933. Es vital, entonces, preguntarnos: ¿en qué punto los vecinos de Rusia van a darse cuenta de que ya es suficiente?